EL
CAMALEÓN.
“Tanta
es su soledad que el olvido se toca.”
Raúl
González Tuñón.
-No
sabés lo que me pasó.- me dijo Fede, cambiando de tema.
Y
apurando el vaso, comenzó su relato.
-Mi
tío es un personajón. Viajó por varios lados y siempre se va
haciendo amigos de la gente con la que comparte hostel. Resulta que
en Ecuador se hizo amigo de un alemán, típico rasta rubio, que cada
tanto viene a Argentina. Yo lo conocí una vez en un asado en lo de
mi tío. Era un boludo bárbaro el alemán, todo el día enchufadito
al celular, escribiendo en un blog de viajes, pero también pobre,
era buena onda, tocaba percusiones, qué sé yo... Se ve que el loco,
el alemán este, la última vez que estuvo acá escuchó una banda de
cumbia que lo flasheó, y no sé cómo pegó el contacto con los
tipos y les mandó un mail para comprarle unos discos de la banda,
para regalar o algo así. Bueno, resulta que también me mandó un
mail a mí, pidiéndome si le podía hacer la segunda, de buscar los
discos y mandárselos por correo. Me pasó el teléfono del cantante,
hablé y quedé en encontrarme en San Martín y Gaboto, que me
quedaba al toque de mi casa.
Así
que estaba en la esquina, paradito como un boludo mirando a la gente,
porque lo único que sabía del tipo este de la banda de cumbia era
que se llamaba Luis. Había un par de personas paradas también en la
esquina, pero no sabía cuál podía ser... En eso veo que un tipo me
mira así de costado, y me acerco y le pregunto: “¿Vos sos Luis?”
Era
un tipo de ponele cuarenta años, de chombita, medio canoso. Me miró
como diciendo “¿Qué carajo decís?”... Yo no tenía ni idea si
era, me parecía que no tenía pinta de cumbiero, pero qué se yo,
podía serlo. Como el tipo se quedó callado, decidí que no era,
entonces le digo “Nada, no importa”... Me doy media vuelta y me
dice: “No, esperá, soy Luis”, y veo que se me queda mirando
raro.
“¿Tenés
los discos?”, le pregunto.
“Claro
que los tengo. Ahora te los doy. Vamos a tomar un café y hablamos un
rato”.
Yo
me quería ir a la mierda, tenía que entregar un laburo esa tarde,
así que le dije que no, que me tenía que ir y el loco: “Dale,
vamos a tomar un café. O te invito a comer, vení” y encara para
la Lido que está ahí a media cuadra.
Lo
sigo con cara de culo, trato de insistir de que no, de que me dé los
discos así me puedo ir, pero el tipo ni bola: se sienta en una mesa
y pide dos cafés.
“Dale,
sentate”, me insiste, porque yo me había quedado parado al lado de
la mesa. “¿Querés comer algo?” me pregunta, y no le alcanzo a
contestar porque de un bolso saca un libro de no sé dónde, y
empieza a pasar las páginas así bien rápido: “Este libro es lo
mejor que te puede pasar. Es increíble”
No
sabés cómo se puso, le brillaban los ojos y me decía que el libro
le había cambiado la vida y que tenía que leerlo. Yo lo miraba, y
no sabía bien qué le pasaba, ni me acuerdo de qué carajo era el
libro. Me acuerdo que pensaba que el tipo parecía normal, tenía el
estuche del celular agarrado del cinto, jean arregladito. Una alianza
de casado, me acuerdo que le vi puesta, y unos anillos más.
Ya
me la estaba quemando, así que le digo “Me tengo que ir, ¿me das
los discos?”, y como que primero no entiende. Se lo repito y ahí
dice “Ah, sí sí, los discos.” Saca una carpeta de esas de folio
que tenía discos adentro.
Los
saca de los folios y los pone en la mesa, diciendo: “Tenés estos”.
Señala ¡y eran discos truchos de porno! Con fotos mal fotocopiadas
de minas en bolas. “Y si no estos otro” y señala otros con tipos
musculosos también en bolas.
Yo
no entendía nada. Me reí un poco.
“¿Quién
sos, flaco? Vos no sos Luis.”
“Sí
que soy Luis. Acá tengo los discos, mirá”, y los volvía a
señalar.
“Estás
re loco”, le digo y me alejo.
Él
se para y me agarra del brazo.
“No,
pará. No te vayas. Soy Luis...” puso cara de triste, así haciendo
pucherito “Vení que te invito a comer.”
Me
suelto y empiezo a caminar para el lado de Gaboto, y ahí veo un tipo
grandote, con campera de Central y los pelos largos, que tenía
varios discos en la mano.
“¿Vos
sos Luis?”, le pregunto un poco asustado.
“Sí.
¿Federico?”
¡Era
este! No le dije nada del otro tipo. Le pido los discos, me los da,
le pago, y le estoy diciendo chau cuando veo venir al loco, que no
era Luis, lo veo venir corriendo para donde estábamos. “Yo puedo
ser Luis... Vení, dale, que te invito a comer.” me dice cuando
llega al lado mío. El verdadero Luis andá a saber lo que pensó,
porque lo mira y me mira, con cara rara.
“Yo
soy Luis”
“No,
yo soy Luis”
“¿Qué
decís? Yo soy Luis”.
“Bueno,
entonces vamos a comer los tres”
Yo
no dije nada. ¿Qué iba a decir? Era cualquier cosa la situación.
“Yo
soy el que ustedes quieran”, seguía el loquito. “Dale, les
compro lo que quieran, una pizza, unas pastas”, y nos agarró de un
brazo a cada uno.
“¿Qué
hacés?”, le gritó Luis, el verdadero. “Chau”, me dice a mí,
y se fue rápido sin mirar para atrás.
Yo
también me solté y el tipo me miró ya quebrado. “Yo soy el que
vos quieras”, lloraba el tipo “Soy el que quieras, pero vení a
charlar conmigo”.
Me
fui, me dio una cosa tremenda, como lástima ¿pero qué podía
hacer? El tipo estaba completamente limado. Fue todo rarísimo.-
Fede
terminó su historia sacudiendo la cabeza.
-Me
estoy meando.- dijo y entró al baño del bar.
Mientras
lo esperaba fumando un cigarro, vi que su bolso estaba abierto. Por
curiosidad lo levanté del piso, y dentro encontré un libro muy
extraño, y una carpeta llena de discos truchos de pornografía.
Llamé
al mozo, le pagué y me fui, con un poco de miedo.