CONTRA LAS CUERDAS.

Está ronco el pájaro
que habita
en el útero de mi guitarra.

Hace semanas
que escucho su murmullo
de agua hirviendo,
incapaz del más mínimo canto.
Ni siquiera puede imitar,
como la calandria,
el eco de otras voces
más bienaventuradas;
ni siquiera puede desplegar,
como la tormenta,
sus alas sobre la tierra
que trema fatal.

No, el pájaro
que habita en el útero de mi guitarra
está afónico
sin remedio,
incapaz de nacer o de morir,
limitándose sólo a picotear,
los parásitos de sus plumas,
limitándose a entrever al mundo de cayetano,
bien calladito tras su jaula de cuerdas oxidadas.

La verdad es que yo no tengo tiempo
para cuidarlo como es debido:
otras urgencias bizantinas
-el trabajo, las relaciones, la guerrame
tienen atado
de pies y manos
y se me hace imposible
asistirlo, sanarlo, escucharlo
como es debido.

Y sin embargo él sí tiene tiempo;
tiene mucho tiempo
para renegar un poco de ese mundo,
para amar bastante a esta tierra,
para añorar algo de ese eco,
para inflar el buche con las tristezas del blus
que toco para lamentar
que el pájaro que habita en el útero de mi guitarra
no puede nacer, ni morir, ni cantar.

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