No hay nadie en la calle
y me digo que quisiera
transitar de vuelta
las veredas de la adolescencia,
ver si me han quedado migajas
sin levantar,
si he pasado por alto
alguna moneda abandonada,
algún linyera tirado en un umbral
con la boca llena de vino
y de historias antiguas de la guerra.

Pero se me hace imposible, Beatriz,
me faltan fuerzas
para volver sobre mis pasos,
y encima las nubes esconden el lucero
que podría guiarme
como tu cariño
nesta noche de humedad.

Sólo me resta
confiar en que me alcancen los cigarros
hasta el próximo quiosco
-que quién sabe dónde ha de estar-
y que los recuerdos
-desos que no apestan a nostalgia-
me abriguen lo suficiente
sin ahogarme
la vista de lo questá por venir.

Persuadido ya
de que sólo se puede ir hacia un lugar a la vez,
rezo para no quedar de cara
cuando golpee tu puerta de nuevo
y aprehenda por fin
que en lo fugaz está lo permanente
en el aire un sonido que vibra:
gozo, luz, dolor y gloria.

De cosas así está hecha la libertad.

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