CUESTIÓN
DE GENERO.
Cara.
Cada
vez menos albañiles practican el exquisito arte del piropo. Es un
hecho. Ahora apenas si alguno que otro le grita guasadas sin sentido a
pibitas de 15 años.
Trato
de explicarle el alcance de esta tragedia a la Feminisman: es al
pedo. Ella no entiende que estamos ante la muerte de una forma
refinada de creatividad popular, no quiere comprender que el tipo que
le grita a esa piba está construyendo una gran poronga de cemento
que le será ajena, y que por eso ha de mostrar su hombría mediante
el recurso de la sátira. “No importa”, me dice la Feminisman,
“ellos me deben respeto”, dice sobrando (¿porongueando?) desde
su cátedra ubicada en un sexto piso.
Causalmente,
ese edificio donde la Feminisman languidece tiene forma de pija
parada, y fue erecto por albañiles que habitan ranchos precarios de
chapas y maderas, hogares matriarcales donde en la mayoría de los
casos la mujer es dueña y señora de las decisiones importantes,
hogares donde todos duermen en la misma pieza, calentita como un
útero.
Seca.
Harto
de tantos argumentos que dan vueltas y no van a ninguna parte, sigo
el ejemplo del Negro Olmedo y de Riky Espinoza, y me tiro desde el
balcón de la Feminisman. El vértigo que se siente al caer desde
semejante recinto de soberbia es indescriptible.
Llego
al suelo, aliviado, y mirá vos a quién me vengo a encontrar. Justo
pasa uno de los Abogados del Diablo, los clásicos sofistas que se
trucharon el título de la universidad de la calle.
¿Y
qué me dice el boga este? Me dice que la Feminisman lo tiene cansado
(coincido), que las mujeres tienen que dejarse de romper los huevos
(en parte le doy la razón), que hay que condenar igualmente todo
tipo de acto violento (mmmmm), que todo el planteo en sí es una
estupidez (me empiezo a alejar lentamente), y que lo que pasa es que
a las minas estas les falta una buena cogida porque con un buen polvo
las minas se aguantan cualquier cosa (le grito que es un imbécil, y me voy al bar).
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