de la sección "lectores" de una revista jamás publicada:

Sr Director:
Me dirijo a vuestra persona para referirme a un cáncer que tiene la modernidad rosarina del siglo XXI, y que no es ni la falta de perspectivas de vida digna en los barrios, ni tampoco la terrible carencia de partidos de fútbol profesional que superen las expectativas de una lagartija.
Este cáncer al que me refiero, mal llamado arte, es lo que comunmente se llama “trovismo rosarino”. Nótese aquí que el ismo del final no es accidental: no quisiera que se confunda a las figuras del melancólico Fandermole, del simpático Lalo, el meloso Goldín o el pícaro Abonizio, con esta enfermedad cultural concebida en los perversos laboratorios estatales. En realidad, los agronarcoempresarios, que son la verdadera conducción política que se esconde detrás de un puñado (por cierto cada vez más grande) de ñoquis socialistas mal llamados gobernantes, son los que han encargado a estos burócratas la creación de un plan de destrucción sistemática de la identidad rosarigasina, plan dentro del cual “el trovismo rosarino” es sólo una de tantas metástasis. Y no exagero cuando digo que se trata de un cáncer, porque persigue un sólo objetivo: la muerte.
Es que esta destrucción de lo rosarigasino supo en su momento ser necesaria para imponer la imagen de la Rosario-Barcelona (con todo lo que conlleva), y hoy sirve para mantener esa ficción que oprime al pueblo y, si no arruina, al menos trunca la posibilidad de restaurar una identidad ciudadana consecuente con nuestra historia y nuestro destino histórico.
Se dice que Rosario rebalsa de cultura, y los canales oficiales de información así lo corroboran, pero cantidad no es calidad, y si no que lo diga un adolescente drogadicto de los que abundan en nuestras calles. A mi entender esa “cultura” es sólo podredumbre, consecuencia de un medio pelo que no se decide a ser lo que es, pero tampoco se la juega a dejar de serlo.
El “trovismo rosarino”, consecuente con la política de la cúpula burocrática, es el sectarismo aplicado a la esfera cultural: sólo un grupo de selectos (e inofensivos) artistas puede vivir de lo que produce. El resto se ve obligado a vivir de otros empleos varios (como ser obreros de la construcción o empleados de comercios) y desarrollar su arte como pasatiempo. Y debería remarcarse esto de “obrero de la construcción” y “empleado de comercio”, porque aunque como trabajos son dignos, son también indicios de lo que la Rosario-Barcelona significa: especulación inmobiliaria y consumo frenético, respectivamente.
Se da así en la cultura una situación similar a la de la Polis griega o del Renacimiento europeo, sólo que al menos los oligarcas atenienses y los Médicis tenían sentido de la estética, y nunca hubiesen encargado a sus artistas rentados pintar de todos los colores a un antiguo almacén de granos, por dar un ejemplo.
Y por sobre todo, en esa época no iban con mentiras: el artista admitía que se le había pagado para mostrar el Nacimiento en Belén con el rostro de su patrón. Hoy se hacen los tontos: la clase gobernante aduce financiar las obras por mero filantropismo, y los artistas “trovistas” dicen (y realmente lo creen) que ellos no están casados con nadie, que sólo quieren hacer arte, y se encogen de hombros, como diciendo “y qué querés qué haga yo” cuando a cualquier persona pata al suelo se le ocurre preguntar por qué es que algunos sí y todos no. Así se da esta situación, señor director, el cáncer que he denominado “trovismo rosarino”: mientras los CieloRazzo, los Beatriz Vignoli, Cristian Marchesi son invitados a festivales, concursos, ciclos, conferencias, que le garantizan el sustento para poder dedicarse de lleno a su obra (no importa que esta sea buena, mediocre o pésima) bajo el auspicio de la burocracia estatal y el aplauso de los medios y círculos especializados, el resto de los artistas debe ahorrar meses para poder tocar en un bar, o publicar un libro, siempre en el más terrible de los silencios.
Es que en la Rosario-Barcelona, la cultura o es una estafa o es un pasatiempo.
Sinceramente,                                                                
                      Edmundo de La Sexta.